Diana Fernández – @diana_Fedz
Pablo Iglesias sabe que el efecto del 15-M no es eterno y ahora busca momentos de gloria para que la prensa le eleve a la categoría de amenaza para el gobierno, pero su poderío terminó. Este martes presentará su moción de censura contra Mariano Rajoy, ¿para qué?. Las opciones de que esta prospere son inexistentes dado que Rivera no votará en contra de Mariano Rajoy y los socialistas están en plena reforma de su partido por lo que su respuesta probablemente sea la abstención. Iglesias mostrará su perfil más presidenciable después de que Ruiz Huertas fracasase de lleno en la moción contra Cifuentes.
El estilo de Pablo y sus correligionarios ya ha entrado a debate, ya no es exhibición ni fuerza, ahora se ha convertido en un espectáculo sin aplausos. Ha pasado de ser una amenaza real para el Gobierno a un grupo de brillantes marchitados en su estrategia. Del partido «del miedo» a un circo de insultos en sus intervenciones que con intención de rasgar el prestigio del contrario evidencian lo que se escondió en sus inicios en el panorama nacional. Cuando Podemos decidió llegar para quedarse.
Se habla, se compara y se atreven a poner al mismo nivel esta moción de censura a la que presentó Felipe González a Adolfo Suárez en 1980, con más de cien diputados y con la UCD en plena rebelión contra su líder. Cierto es que existen motivos suficientes para querer presentar esta protesta contra el Gobierno de Mariano Rajoy, corrupción por todo lo ancho y largo del panorama nacional, Fiscal General y ministros reprobados, una amnistía fiscal a través de la cual regatearon sus impuestos muchos altos cargos mientras los españoles contribuían generosa y obligatoriamente a Hacienda y un feudo de escándalos inigualable.
Pero la necesidad imperiosa de Iglesias de mostrarse ante la prensa, de proponerse como candidato, de leer su programa ante el Parlamento y de volver a llamar corrupto a Mariano Rajoy, le ha llevado de nuevo a fracasar antes de empezar. Es así como pretende perpetuar su influencia mediática, abrigando la ilusa esperanza de que el ‘poder’ se despeine con su intervención. Pero Iglesias ya no da miedo. Ya no es el rey.